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Publicado: 24/08/2018
“Érase un hombre a una nariz pegado”. Así se burlaba Quevedo de su narigudo enemigo Góngora, quien en aquella época no conocía la cirugía estética de nariz en Oviedo.
El dramaturgo cordobés del Siglo de Oro tenía una “nariz superlativa”, aunque no es el único personaje histórico que debería haber recurrido a la cirugía estética de nariz en Oviedo.
Es el caso del parisino Cyrano de Bergerac, nacido en el siglo XVII, que solía batirse en duelo con quienes se mofaban de su gran apéndice. De hecho, en uno de sus enfrentamientos sufrió un corte de espada en la nariz y esta quedó aún más deformada. El poeta se sentía acomplejado por sus atributos y eso le impedía confesarle a su prima que estaba enamorado de ella. La historia de esta nariz ha dado para escribir el guion de una película basada en hechos reales.
La nariz del Duque de Wellington tiene su propia escultura en Londres. En uno de los soportales del Admiralty Arch hay una napia sobresaliendo de la pared. Aunque en realidad el origen de la figura no está relacionado con el lord, el humor inglés ha dado pie a difundir esta leyenda urbana.
Las esculturas romanas demuestran que hubo varios emperadores con rasgos faciales de gran personalidad, por ejemplo Constantino I el Grande. En la estatua del Coloso de Constantino sobresale llamativamente una nariz ancha y aguileña.
En la lista de personajes históricos narigudos también encontramos mujeres, como la mismísima Cleopatra, que curiosamente siempre ha sido un icono de belleza. Sin embargo,el filósofo Cicerone, que la conoció en persona, criticó públicamente la nariz de la faraona. Las monedas egipcias de la época confirman el perfil prominente de Cleopatra.
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